martes, 25 de mayo de 2010

CARTILLA DE REBELIÓN por Roberto Ramos-Perea

El otro día escuche a Roberto Ramos-Perea en su programa radial hablando sobre la situación de la Universidad de Puerto Rico en una disertación de su CARTILLA DE REBELIÓN aún cuando no tiene que ver nada con el ajedrez me parece muy acertado su análisis para el pueblo puertorriqueño.


Fuente: TEATRO PUERTORRIQUEÑO por Roberto Ramos-Perea

Lo primero es admitir que el país se jodió.
Una vez entendidos todos en esta irrefutable verdad, darnos cuenta de que todos hablamos el mismo idioma del fracaso y la decepción. Si es así, entonces aceptar que las soluciones imponen también un mismo idioma para dilucidarse y ponerse en acción. Porque el problema de las soluciones para un problema común, es que se manifiestan en idiomas diferentes de acuerdo a los intereses de cada sector convocado a solucionar.

Lo segundo es admitir que los puertorriqueños no sabemos lo que es la unidad.
Que los grandes fracasos de nuestra historia como pueblo se han dado porque nunca ha existido esa clara distinción -tan necesaria- entre ultrajador y ultrajado. Que los grandes logros de nuestra historia se dieron, porque unos pocos ultrajados -que se dieron cuenta de que no tenían más que perder- se atrevieron señalar al ultrajador. Unos pocos.

Lo tercero es la cobardía de hablarlo.
En Puerto Rico, el punto de vista individual siempre ha sido mucho más valioso que el colectivo. Talón de Aquiles que el ultrajador utiliza sabiamente mediante la compra de conciencias, otorgación de contratos, promesas y chantajes, a las que se somete una sociedad insegura, temerosa, cobarde.
Hablar del estado del país es un delito. Delito que se paga con adjudicaciones de “socialismo”, “comunismo”, “nacionalismo”, “radicalismo”, y todas esas palabras que el gobierno usa como si fueran insultos. La criminalización de la disidencia es el arma favorita del poder fascista. Poder que ya hemos probado en Puerto Rico, sin saberlo.
 
Lo cuarto es el miedo a las armas del Estado.
Muchos puertorriqueños no quieren enfrentarse a las armas del Estado. Es lógico, están bien aceitadas, son manejadas por animales irracionales entrenados para matar, y se sabe -lo hemos visto por televisión recién- que están listas para matar. Y nadie quiere morir enfrentándose a ellas sin posibilidad.
 
Lo quinto es la inutilidad del llamado a la unidad.
Cada vez que algunos sectores llaman a la unidad, la primera pregunta que salta es “¿Quién va a dirigir la unidad?, ¿Este? ¿Aquel?, ¿El otro? Pues si es alguno de esos, yo no voy.” Entonces la unidad se disuelve en el interés de cada sector de ser “el líder” de la unidad. Como si la unidad necesitase urgentemente ese líder. Pues sepase que ese líder que tanto exigen las columnas de los analistas, no va a aparecer; “cuando el discípulo está preparado el maestro aparece” dice un viejo proverbio oriental, y Puerto Rico no está preparado para un líder porque Puerto Rico no entiende que la unidad no depende del ímpetu de una persona, sino de la manifiesta indignación de todo un pueblo. ¿No aprendimos esto con el Grito de Vieques? Y añado, si algo aprendimos de los estudiantes en su proceso huelgario de este año, es que tales líderes son accesorios de una lucha, y que no tienen que estar todos de acuerdo para lograr un fin común. Lo que tiene que gozar acuerdo es el objetivo, la meta, el propósito. La tiranía del consenso de los líderes, termina por aplastar la mejor revolución.

Lo sexto es depender de los partidos políticos.
Si vamos a delegar sobre los partidos la obligación de dirigir una lucha, no sólo no tendremos lucha, sino que tendremos aliados convertidos en enemigos. Cada partido identifica un ultrajador diferente. Y quiere que “su ultrajador” sea el motivo de toda la lucha, porque quiere ser él, el único vencedor de este mal que él acomodó a la altura de sus fuerzas.
 
Lo séptimo es la falta de fe en el futuro.
La indignación, la decepción, la intolerancia, el natural egoísmo del derrotado, la sumisión del colonizado, son los síntomas visibles de un mal cocinado desde 1898. El puertorriqueño no admite que está enfermo. Para el abatido, el golpe siempre es humillación. Entonces una natural decepción lo domina. ¿para qué pelear si las cosas se quedan igual? Muchos puertorriqueños no entienden que de la misma decepción nace la fuerza. Ciertamente las cosas no han cambiado en años de lucha, pero no por ello la lucha es peor que la sumisión. La sumisión es un acomodo seguro, creen muchos. Pero ante un poder ultrajador, no existe nada más seguro que la continuidad del ultraje. La gente lucha cuando le tocan lo suyo. Pasa que muchas personas no quieren darse por aludidos en la ofensa. Prefieren quedarse “dados” antes de protestar una nueva ofensa. Tal vez, hacer evidente los golpes sea la mejor manera de crecer la fe en la lucha. Es hora de hacer los golpes evidentes, no de justificarlos.
 
Lo octavo, para el puertorriqueño, todo es análisis.
Debería serlo si se quieren vislumbrar salidas unitarias. Pero por su propia definición, el análisis separa las causas, las disecta y las fragmenta. Pero tanto lo hace, que el problema se vuelve más importante que la solución. La finalidad es ahora el estudio inútil de esa fragmentación del pensamiento dentro de una “objetividad” imposible. Una objetividad pretensiosamente democrática donde pueda acomodarse nuestra insacrificable posición. ¡Cuánto de esto no tenemos en nuestra radio día a día!

Opuesto esto a la síntesis, que busca soluciones concretas y definidas que puedan ser buenas para unos y no tan buenas para otros. Pero la síntesis no se acomoda al gusto de los analistas (y valga decir que cada puertorriqueño es un analista político), sino a la causa del problema. En los procesos ideológicos se huye de la síntesis porque se teme a la generalidad. Y la generalidad no es “democrática”, porque en el análisis de la democracia se piensa que “democracia” es el respeto a la diversidad del pensamiento. Ciertamente, pero en ese pensamiento democrático se incluye la negación del mismo. En tanto, ¿cómo podemos vislumbrar una solución que tiene en sí misma su contradicción? ¿No es en esta incómoda paradoja que vive la mitad “popular” de nuestro país?
 
Lo noveno, la absoluta confianza en el proceso electoral como una esperanza de cambio.
Es decir que el puertorriqueño prefiere estar cuatro años jodido y esperar las próximas elecciones, que actuar en el interim. Vale, se entiende. Pero en ese espacio de tiempo los pobres se vuelven mas pobres y los ricos hacen estallar sus gorduras a costa del pueblo.
 
Lo décimo. La conciencia nacional del puertorriqueño desaparece.
 
Es curioso que sólo salga a flote mediante el deporte o las mises.  La cultura nacional, materia prima de la identidad, se ha negociado y sometido al modelaje de la cultura estadounidense de maneras tan descaradas y explotadoras, que en este país, hablar de cultura, es hablar de disidencia.  La palabra “Nación” ha sido desnaturalizada. Nuestra Nación no es esta, es “otra” que es “más nación”, solo porque es más grande y poderosa. La palabra “Patria”, ha sido exaltada por los mismos que la destruyen. 
 
Todas nuestras formas de cultura son “menores”, más “pobres”, no son “rentables” porque son de una “minoría” y representan un “pasado superado”. Nuestra cultura no está a la par de las formas rentables de la tecnocracia cultural norteamericana que nos llega diariamente por cable TV, por lo que “lo puertorriqueño” termina siendo mero folclor para el turismo. El actual gobierno ha dicho que cultura y turismo son sinónimos, reduciendo a mero negocio los cimientos de nuestra nacionalidad y nuestras costumbres. La lucha contra el idioma español, dentro de poco será punta de lanza de un gobierno que está dispuesto a negociarlo todo por conseguir la estadidad. ¿Y qué se hace para contrarrestar esto? ¿No hay un amplio sector de nuestra juventud que vive la dualidad de que “todo lo de Estados Unidos es bueno” mientras “lo puertorriqueño es viejo, defectuoso, fuera de moda”?
 
Finalmente, lo undécimo: la idea de una alianza luchadora contra el poder.
Sería deseable. Pero ¿no será transitoria? Vale, pues sea en tanto funcione ante este presente indeseable. Una alianza de los sectores estudiantiles, sindicales, independentistas, soberanistas, colonialistas del PPD, la sociedad civil, el mundo cultural y académico, las comunidades organizadas, sectores y gremios comerciales aplastados por los intereses macroeconómicos, podrían formar una alianza que no sea partidista y concentrarse en castrarle a este gobierno sus capacidades opresoras. ¿Tendrán que esperar al 2012 para hacerlo?

¿Qué hace el que no sabe qué hacer?
La redacción de un pliego de negociación inmediata, antes del 2012, que no interfiera en él ningún interés electorero. La sustitución inmediata de un programa de partido por un programa del pueblo. Solicitar al Gobierno de Puerto Rico, en la mejor buena fe posible, la aceptación de la ayuda del pueblo para solucionar la crisis. Si el Gobierno aceptase la existencia de la crisis, será el mejor primer paso para solucionarla. Si no la aceptase, habrá que hacérsela ver de las maneras más creativas posibles. Por ello el país no se moverá hasta que no se satisfaga cuanto antes una aceptable mejoría de las cinco prioridades básicas de nuestro pueblo que han sido abandonadas:

1) Seguridad.
2) Salud.
3) Empleo.
4) Justicia social.
5) Cultura y Educación.

Una agenda inmediata deberá tener como prioridad la formación de Comités de Negociación del Pueblo, al modo que nos enseñó el Consejo de Negociación de los Estudiantes de la UPR. La inclusión en esos consejos de las mentes más preparadas y diestras en todos estos campos, seleccionadas por los grupos más representativos de estos sectores. La preparación de agendas de trabajo que tomen en consideración la actual situación económica mundial, al tiempo en se desarrollen proyectos de soluciones a corto plazo. Negociaciones continuas y proposiciones justas en el que se manifieste la complacencia en los entendidos y se expliquen con tolerancia los desacuerdos.

De no obtener respuesta al mandato del pueblo, se proponga:
  1. Dispersión internacional de comunicados y llamados a la negociación a todos los rincones del planeta. Obtener la paralización del turismo, de acreditaciones y de todo movimiento económico hasta tanto se abra el diálogo.
  2. Solicitar la intervención de organismos internacionales en un posible mediación del conflicto.
  3. De no lograrse estos medios democráticos, entonces se propondrá:
    • Una Declaración Nacional de una Huelga de Brazos Caídos de todo el sector público.
    • Toda manifestación de disidencia pública organizada que desestabilice la prepotencia gubernamental.
    • Paralización indefinida de toda labor y llamado a la movilización a la lucha en todo el país.
Esto hemos aprendido de los estudiantes de la Universidad de Puerto Rico en su reciente Huelga. Fruto de una sabia organización, hija de la indignación y de su iluminado sentido democrático de justicia social.

Si este a de ser el modelo exitoso de una nueva lucha, ¿por qué no usarlo de Cartilla para una nueva Rebelión Nacional?

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